Es interesante pensar en la necesidad de la existencia del género
del horror —es decir, ¿por qué razón exactamente nos atrae tanto la idea de ir
a una sala de cine a pasar un momento estresante y desagradable?—. Pero su propósito
filosófico poco importa cuando la verdadera razón de su persistencia es su
rentabilidad. Los estudios recurren a estas producciones para hacer un poco de
dinero fácil; esto es posible quizá porque el público se permite tener
estándares bajos al momento de tomar la decisión de ver alguna de estas cintas.
Por otro lado, cuando una película de terror se atreve a ser un poco más que
una estrategia de recuperación de capital, normalmente se ve recompensada con
cierto nivel de relevancia. Todos sabemos los nombres de los clásicos. La
mayoría los hemos visto. Y no es inusual que en las sobremesas y conversaciones
de aficionados se reafirme que los estándares de calidad fueron impuestos —para
difícilmente superarse o siquiera alcanzarse— en los años 70’s, cuando una camada de entonces jóvenes y
posteriormente relevantes autores incursionaron exitosa e imborrablemente
dentro del género. Es sencillo implicar que la película que hoy nos ocupa
pretende ubicarse más cerca de estos ejemplares esfuerzos —o por lo menos
homenajearlos, considerando sus múltiples referencias— que de la oferta de
terror que actualmente encontramos en cartelera casi cada fin de semana. Estas nobles
ambiciones son una clara y natural progresión en el camino de su director. Lo
que no termina quedando tan claro después de revisarla es el balance de sus logros.
Pero vayamos al principio.
James Wan se ha ido surcando poco a poco un nombre en esto
de los menesteres del susto. Su mayor
influencia cultural hasta el momento quizá sea la primera Saw, por sí misma una película bastante efectiva —aunque dispareja—
que dio lugar a una larga y cada vez menos necesaria serie y al descubrimiento
del muy redituable nicho que resultaba ser —para bien de la taquilla y el mal
del mundo— el llamado torture porn.
De su siguiente trabajo, Dead Silence,
no puede decirse mucho, salvo que fue el primer ejemplo de una estética —no
tanto narrativa sino plástica— que el director ha seguido usando y depurando
con cada filme subsecuente. Los fantasmas de Wan son amigos del maquillaje
pesado. Rizos, chongos, rímel, colorete, polvo, prostéticos y pestañas rizadas (y
hasta el muy rojo primo aparente de Darth
Maul de Star Wars) estuvieron presentes
posteriormente en Insidious, que con
su premisa reconocible pero renovada, su planteamiento excepcionalmente
efectivo y su desenlace francamente decepcionante, se convirtió en uno de los
filmes más redituables de los últimos años (costó menos de 5 millones de
dólares, recaudó alrededor de 100). La película puede ser sujeta a muchas
críticas justificadamente, pero algo
puede decirse de sus pasajes mejor logrados, algo que deberíamos —pero
raramente podemos— decir de todas las películas de terror: realmente asusta. Fue con esta cinta que el quehacer de Wan comenzó a mostrar verdadera promesa dentro de la
cada vez más genérica y poco artesanal autoría en el género (además de levantar
finalmente el interés de los grandes estudios). Tras el suceso inesperado, su
próximo proyecto tenía que generar expectativa.
La premisa de The Conjuring —basada convenientemente en hechos reales (lo que sea que eso signifique)— es sencilla y
plenamente identificable. El año es 1971. Una pareja, Carolyn y Roger Perron (Lily Taylor y
Ron Livingston, respectivamente), decide invertir todo su dinero para comprar
una casa y llevar a sus cinco hijas —sí, cinco
hijas— lejos del bullicio de la ciudad. La familia comienza a percibir una
presencia que poco a poco se manifiesta con mayor intensidad, por lo que contactan
a dos expertos en lo paranormal, Lorraine y Ed Warren (Vera Farmiga y Patrick
Wilson), quienes les advierten que uno de los muchos entes que rondan su
hogar es un ser demoniaco que no descansará hasta causarle un daño fatal a su
familia (posesión al cuerpo de alguno de sus miembros mediante). En conclusión:
toda esa gente que afirma nunca haber experimentado la sensación de déjà-vu en su vida debe salir corriendo a
ver esta cinta. No que lo anterior le reste la menor efectividad. Es efectiva
como uñas arañando un pizarrón. ¿Pero es una gran película de horror? No
necesariamente.
The Conjuring es
un hit tan premeditado que, con todo y sus muchas bondades —o maldades, para el
caso— dificulta su propia valoración. Como si sus responsables hubieran creado
una lista de los elementos que han hecho historia en las películas de terror de
todos los tiempos —¡Juguetes diabólicos!
¡Casa embrujada! ¡Niño fantasma! ¡Investigadores paranormales! ¡Brujería!
¡Posesión! ¡Exorcismo! ¡Pájaros kamikaze!— y decidieran ponerlos juntos,
uno tras otro, para no fallar, como si se tratara de una encarnación seria de Scary Movie. Se puede argumentar que todas
las películas de terror son iguales, pero no todas pretenden tan
abiertamente —y están tan cerca de lograr— ponérsele al tú por tú a las grandes. En el caso de la mayoría de las muestras mediocres del género, el ultra-referencialismo
es un error requisitario. En ésta, es una verdadera lástima.
Es cierto que éste es un trabajo más elegante que Insidious en muchos sentidos, pero hay
que decir que también es menos fresco. Aún así, es innegable que la dirección
de Wan madura con cada filme. Es remarcable lo que el director hace con su
cámara y los instrumentos con los que
construye cada susto. No recuerdo cuándo fue la última vez en que la forma que
revela una simple sábana o la sombra que proyecta una puerta abierta sobre la
pared fueran verdaderos detonantes de escalofríos. Es un testamento del talento
del director que su película, siendo tan derivativa y su argumento poco
original, funcione tan bien en la mayor parte de su duración —y la mayoría estaremos
de acuerdo en que el clímax, como es
común en las cintas de horror actuales, palidece ante un formidable
planteamiento—. Hay poco que pueda resaltarse de su autoría que no funcione al
servicio de su historia y el efecto que surte en el espectador. Queda muy claro
el serio compromiso que este joven creador le profesa al arte del asustar. Lo
que queda claro, también, es lo poco que le interesa todo lo demás.
Es una lástima que la relativa sobriedad con la que asume
Wan la naturaleza de su película haya sido puesta al servicio de la nada. No
hay temas, no hay subtexto. No están las posibilidades de lectura que ofrecían
esas cintas de antaño cuyo tono pretende de emular. No está ya siquiera la
falta de resignación a la pérdida de la juventud y/o permanencia que mostraban
los personajes —y fantasmas— en Insidious.
Y no podemos decir que su historia no permita estas posibilidades, porque presenta
situaciones con potencial —como lo es, por ejemplo, el hecho de que sus dos
personajes masculinos principales se encuentren rodeados en su cotidianeidad de
presencia únicamente femenina—.
Sobra decir que cualquier dejo de resonancia en el dibujo de
los personajes es prácticamente inexistente. El horror aquí se encuentra apenas
soportado por un marco bastante ingenuo y algo bobo. Existe una ligera complejidad en la dinámica de los Warren,
la pareja investigadora, cuya naturaleza de servicio se ve cada vez más mermada
por la energía que les drena y el peligro al que los enfrenta cada nueva
asignatura y quienes terminan aceptando con reticencias el caso de los Perron,
por simple empatía. Pero no puede decirse lo mismo de la familia en problemas. Está el padre, que es un buen padre. La
madre, que es buena madre. Hay cinco hijas (en orden de importancia): a la que
le jalan el pie (a la cual le jalan el pie en algunas ocasiones), la sonámbula
(que algunas veces camina dormida), la pequeña (que es pequeña y tierna), la
mayor (que todo el tiempo pone cara de que algo
huele muy mal porque, como hemos aprendido durante todos estos años de ir
al cine, esa es la cara que se supone
que ponen las adolescentes y además porque las presencias demoniacas sí huelen
muy mal) y otra que sinceramente no recuerdo bien (probablemente, a la
que le meten un arrastrón por toda la
casa, ya que los trancazos, según
recuerdo, se encuentran democráticamente repartidos). Y esa fue una descripción
bastante detallada. Habrá que agradecerle a Wan la decisión de poner a buenos
actores en los zapatos de las genéricas creaciones que plagan el guión (que no
es suyo, sino de Chad y Carey Hayes). Pero la solvencia que caracteriza a Vera
Farmiga, Patrick Wilson y Lili Taylor poco viene al caso cuando lo único que
les da para hacer es tener mucho, pero
mucho miedo (aunque hay que decir que al menos eso lo hacen —ellos y el
resto del elenco— bastante bien).
Pero nada de lo anterior importa. The Conjuring es ahora un consabido hit que ha recaudado hasta el
momento 130 millones de dólares (tan sólo en USA). Es tal su encanto que hasta
la crítica mundial la ha tratado con sospechosa benevolencia. Todo eso está muy
bien. Pero seamos sinceros: al final deja el tibio e inconfundible sabor del
potencial desaprovechado. Habremos de seguir esperando entonces la obra maestra
de Wan. El talento lo tiene para lograrla y quizá pronto. No son poca cosa el
amor y respeto al género que destila la cuidadosa factura de los mejores
momentos de este trabajo (ya quisieran ese combo
muchas de las películas, de cualquier clase, que hoy en día produce
Hollywood). Quizá la próxima vez pueda Wan conjurar además—y con eso devolverle
al género— al tan ausente y escurridizo seso.
Esa sí sería, si me preguntan, verdadera actividad paranormal.
En pocas palabras: The Conjuring se
enaltece por su sincera vocación de aterrar y su intencionada supeditación al
horror de la vieja escuela. Es ágil, entretenida y mayormente efectiva. Al
igual que esas películas a las que remite, es bastante aterradora. A diferencia
de aquellas, no es admirable en ningún ámbito fuera de su efectividad. Suerte
para la próxima.
¿Te lo explico con estrellitas?
1 comment:
Mi pregunta es, ¿Por qué uno de los afiches de la cinta es un "demonio" sentado en una mecedora con la muñeca Anabelle? ¿Por qué se hace tanta referencia a esa muñeca sí en realidad no tiene nada que ver en la historia de la familia que sufre de los ataques demoniacos?
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