7.21.2011

estreno




Hablar de The Tree of Life me resulta una hazaña difícil pero irresistible. Lo primero, considerando, sobre todo, que es imposible asimilarla con tan solo un par de revisiones. Lo segundo, porque semanas después de haberla visto por primera vez, aún no abandono aquel mencionado estado de hipnosis (que en éste caso podría bordear algo más parecido a la infatuación), suceso que, además de encontrar cada vez menos común a tantos años de ver cine de manera tan constante, le resta toda intención de imparcialidad a este texto. Pero heme aquí. Aún repasando sus imágenes en mi memoria, tan frecuente e inesperadamente. Y sobre todo, aún sorprendiéndome ante su enorme belleza. Y me parece difícil hablar de éste filme, más que nada, porque corro el riesgo de convertir esto en una carta de amor descarada en lugar de un comentario. Y supongo así será.

Para los no enterados, The Tree of Life es un retrato impresionista contado con lujo de lirismo, presumiblemente autobiográfico, de una familia los O’Brien en los suburbios de una provincia norteamericana durante los años 50’s. Podría —y solo podría— tratarse de un largo flashback a la niñez del hijo mayor de esa familia, Jack, interpretado en su adultez por Sean Penn. Y solo podría serlo porque no hay nada que nos indique de manera contundente que el marco narrativo al que tendríamos que sujetarnos es el tiempo presente del protagonista, pues la narración salta de atrás hacia adelante, de más atrás hacia más adelante, en direcciones verticales y horizontales, de la creación del universo a la era prehistórica, de la era contemporánea a los años 50’s, del pasado de la madre al presente del hijo, del punto de vista de un personaje al de otro… Y así sucesivamente. Todo de manera aparentemente aleatoria. Ésta no solo es la historia de un puñado de personajes, sino también la de de todo lo demás.

The Tree of Life es una obra explícitamente espiritual, presumiblemente religiosa —no específica de ningún culto, aunque los personajes profesan claramente la fe católica— sobre la relación del hombre con la divinidad, con la creación y la destrucción que se encuentran tan por encima y a la vez tan cerca de nosotros: las nebulosas espaciales de las que a veces olvidamos somos tan sólo la fracción de un ápice; los dinosaurios que alguna vez —como nosotros— caminaron por ésta misma tierra y la dominaron y —tal vez también como nosotros— se extinguieron para dar lugar a un nuevo orden; la nobleza de la madre, la dureza del padre; el amor y competencia del hermano; el regalo de la vida y la siempre presente amenaza de la pérdida; la inexorabilidad de la tragedia. Éste es un filme para los que se fascinan ante las preguntas que nacen de los tan vastos y dicotómicos alcances, desde la esfera doméstica a la cósmica, de nuestro universo.

Queda claro desde los primeros minutos de la cinta que lo que Malick pretende con éste trabajo —siempre ha habido rastros de ésta ambición en su cine, mas no de manera tan declarada como en esta ocasión— es crear una experiencia más allá de las potencialidades del medio. The Tree of Life está más cerca quizá de la música y la danza que del cine. Exige asimilarse menos con la razón que con los sentidos. Creo que pocas veces antes se ha podido relacionar la siguiente expresión al cine con tanta autoridad: es una meditación.

El estilo del director es tan inusual, sus recursos tan vastos y sus inspiraciones tan específicas, que es fácil caer en la confusión. Su puesta en escena asemeja muy poco al cine que conocemos hoy en día. Su cámara, siempre inquieta, siempre extremadamente cerca de sus actores, nunca se siente obligada a posarse frente a ellos mientras pronuncian diálogo —o mantenerse hasta que terminen— y prefiere voltear, a veces sin anuncio o razón aparente, a contemplar una cortina que baila con el viento, por poner un ejemplo. La edición de sonido por instantes deja en silencio a sus personajes para poner en primer plano la música —o incluso únicamente al sonido ambiental— mientras aquellos pronuncian palabras mudas. Siempre tenemos una ilusión precisa, más clara de lo normal, del espacio físico que rodea la narración, como una especie de visión virtual de 360 grados. Hablamos de un autor atípico que trabaja de manera intuitiva y apela menos a las capacidades intelectuales de su público y más al inconsciente colectivo y nos enfrenta a un contenido que se teje en base a las sensaciones particulares que en cada quien evoquen sus imágenes, sonidos y texturas. Su construcción apenas empieza una vez terminada la proyección. La experiencia es y debe ser distinta para cada quién.

Lo más refrescante, y probablemente lo más desconcertante de The Tree of Life, así como del cine de Malick en general —lo que le hace también acreedora a las críticas de los círculos de espectadores más tendientes a la sobriedad— es su verdadera y sincera bondad. Su falta de cinísmo. Nada sabemos del director y sin embargo, lo conocemos incapaz de afrontar cualquiera de sus preguntas con frialdad. La filosofía, casi siempre la exploración racional y estructurada de las grandes preguntas —negada del romance que el desarrollo fragmentado y pragmático de la humanidad le ha desprovisto poco a poco— vuelve aquí a su estado idílico, infantil, entrañable. Es una filosofía que ya no exige una ceja arqueada. Exige, quizá, un enamoramiento con las hojas de los árboles o con los diminutos dedos del pie de un recién nacido. Parece decirnos que todas las grandes preguntas, e incluso tal vez sus respuestas, están ahí.

Si debo intentar que el presente texto asemeje por lo menos un poco a una crítica, debería decir tal vez que Brad Pitt brinda la que para el gusto de un servidor sea quizá la mejor actuación de su carrera. Podría decir también que Emmanuel Lubezki se muestra con éste trabajo en la cúspide de sus ya conocidos poderes. Que Hunter McCracken, Laramie Eppler y Tye Sheridan interpretan a unos de los conjuntos mas creíble de niños-de-verdad (y no niños-Hollywood) que se ha visto en el cine y que Jessica Chastain es toda una revelación en el personaje de una angelical y estoica madre, con tan solo una pizca de diálogo y una enorme presencia. Y si me obligaran a poner algún ‘pero’, admitiría que el tramo final de la cinta es mucho menos logrado y fascinante que el resto.

Debo admitir que me resulta agridulce que habiendo gozado tanto esta cinta no me sienta capaz de promoverla indiscriminadamente. No sé a quién puedo recomendarla. Pero creo tener una pista. Einstein alguna vez dijo: ‘Sólo hay dos maneras de vivir tu vida. Una es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo lo fuera’. The Tree of Life es para los que creen en la segunda opción.

En pocas palabras: Fascinante, grandilocuente y sumamente hermosa. Una película trascendental que será referenciada, mejor apreciada y, como toda obra maestra, beneficiada por el paso del tiempo.

¿Te lo explico con estrellitas?

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